Librerías: cartografía de mi vida literaria.

Como lector he sentido siempre más inclinación hacia los clásicos que hacia las novedades. No tanto por dogmatismo como por pragmatismo: hay tantos libros cuya calidad ha sido contrastada por el severo juicio del paso de los años, y tan poco tiempo para leerlos, que he propendido a asegurar el tiro. Supongo que ese perfil, sin ser excepcional, sí que puede calificarse de minoritario, pues la mayoría de los lectores lo son de libros de reciente publicación, a los que no les falta quien les haga caso.

Me surge entonces la siguiente duda: ¿quién se ocupa de aquellas obras que se encuentran en ese punto intermedio entre la consagración como clásicos y la notoriedad como novedad? Un limbo que no ha dejado crecer. Con el nacimiento de La Tenada, me he asomado de forma más asidua a los suplementos culturales y a las propuestas editoriales de más actualidad, y he podido comprobar que existe una conclusión unánime en el sector: se publica mucho (quizás demasiado), lo que ha acelerado considerablemente el ciclo de vida de los libros. Lo nuevo es rápidamente sustituido por lo novísimo.

Por esa razón, yo, que prefiero lo que estuvo de moda antes que lo que lo está, he pensado que puede ser una buena iniciativa rescatar en esta revista, como norma, libros que merezcan la pena y que se encuentren en ese ínterin. Tomé la resolución después de que llegase a mis manos Librerías, de Jorge Carrión, finalista del premio Anagrama en 2013 y recientemente reeditado en Galaxia Gutenberg.

En sus páginas, el autor traza una historia cultural de las librerías (su historia, evolución y posible futuro), al mismo tiempo que nos comparte sus experiencias más reseñables tras décadas de viajes por todo el mundo. Eso hace de esta obra algo difícil de replicar, pues si de algo puede presumir es de un exuberante conocimiento empírico que sólo proporcionan los años de dedicación.

En sus páginas se realiza un recorrido por librerías de alto nivel e incluso maravillosas, como Green Apple Books. Pero hay otras que se han convertido en auténticos iconos, epicentros de movimientos culturales de relevancia internacional (pienso, entre otras, en Shakespeare and Co., City Lights o Librairie des Colonnes).

El manuscrito, además, es también una invitación a reflexionar sobre la propia experiencia, en la medida en que cada lector tiene sus librerías, por sus únicas y propias razones. Yo destaco cuatro.

No puedo empezar por otra que no sea Follas novas, la librería de Santiago de Compostela a la que acudo cada año a finales de agosto con mi familia y amigos (ya la mencioné en mi artículo sobre el verano, Donde fuimos felices). Su fondo es tan completo y variado que me produce sentimientos encontrados. Por un lado, porque sé que me llevaré varios libros que me hacen genuina ilusión; por otro, porque me doy cuenta de todo lo que me queda por leer y lo despacio que progreso.

Ha sido la última una de las ediciones con una cuadrilla más multitudinaria -unas diez personas- y, como cada uno se llevó dos o tres libros (yo, en concreto, sucumbí al frenesí chavesnogalesco), acumulamos más de 25 volúmenes en el mostrador. Al proceder al pago, les dijimos que no necesitábamos el ticket, a lo que nos contestaron que, si no nos importaba, a ellos les hacía ilusión. Parecía que salíamos del supermercado. 

Follas novas para mí está inextricablemente unida a la familia y amigos, al verano y a la abundancia de lecturas apetecibles. Y a la tortilla que impenitentemente nos tomamos después en Cacheiras mientras hojeamos nuestras recientes adquisiciones.

También ocupa un lugar simbólico en mi memoria Pasajes. Se ubica a cinco minutos andando de mi oficina, lo que me permite acercarme entre semana (la mayoría de las veces acompañado por Antonio) en el descanso de la comida. Constituye un paréntesis que, durante unas jornadas de trabajo que pueden llegar a ser intensas, me recuerda que la literatura existe y que me está esperando en casa.

Antonio Azorín, en San Lorenzo de El Escorial, representa para mí la continuidad familiar del hábito lector, pues mis padres se han surtido de libros en ese local desde su juventud, todavía bajo el nombre Arias Montano. Su combinación de libros nuevos con otros de segunda mano le da ese aire desordenado tan auténtico.

Paseaba con Ale hace unos días por Madrid y comprobé que quedaba cerca la librería Antonio Machado, que Carrión menciona en su libro más de una vez. Mientras indagábamos en su cuidada selección, Ale distinguió la Revista de Occidente. “Este es el número en el que está tu reseña, ¿no?”, me preguntó. Sospechaba que así sería, pues en el volumen de septiembre salió una reseña que escribí sobre la biografía de Kierkegaard de Joakim Garff (2024, Tusquets).

Y, un segundo después, me di cuenta: era la primera vez que me encontraba con un texto mío en esos depósitos del saber que son las librerías. Sentí algo totalmente novedoso: que yo formaba parte de todo aquel entramado. Aunque había publicado en noviembre del año pasado otro artículo en la Revista de Occidente, no me lo llegué a cruzar nunca.

Ha sido una contribución fugaz y modesta, puesto que en octubre saldrá otro número que reemplazará al actual y se trata solamente de una reseña. A pesar de ello, la Antonio Machado ha pasado a ocupar un lugar preeminente en mi universo literario.

Desde la primera publicación del libro de Carrión, las librerías han pasado de ser un modelo de negocio cuestionado y en repliegue a producirse, sobre todo a partir de la pandemia, una milagrosa recuperación. Y eso no puede entenderse más que una buena noticia, pues significa que cada vez hay más sitios donde los lectores pueden experimentar lo mismo que yo en Follas Novas, Pasajes, Antonio Azorín o Antonio Machado. Os animo a visitarlas.