Los veranos de Virginia Woolf y Vanessa Bell en St Ives
Teresa Arsuaga
“When they took Talland House, father and Mother gave us -me at any rate- what has been perennial, invaluable”
Algunas imágenes y sensaciones de la infancia se almacenan casi intactas en nuestro inconsciente. De adultos las rescatamos. Deseamos revivir aquella lejana y característica intensidad. Constatamos que nos produce placer recuperar los lugares y los olores que asociamos a ese universo irresponsable colmado de posibilidades y de expectativas sin límite. Intuimos que allí se gestó algo importante de lo que somos, de lo que tememos, aborrecemos o valoramos. Vislumbramos que nuestra esencia comenzó a perfilarse y definirse en esas primeras impresiones. Advertimos que es probable que ahí se encuentre la razón de quiénes somos.
Cuando se quiere conocer verdaderamente a alguien, cuando se pretende saber quién fue en realidad, un procedimiento siempre interesante es, pues, investigar su infancia.
Y es eso precisamente lo que me propongo hacer en este artículo y los siguientes con respecto a dos de las mujeres más fascinantes del siglo XX: Virginia y Vanessa Stephen. En este caso particular, el interés por bucear en su infancia se intensifica, ya que estas dos extraordinarias artistas, conocidas como la escritora Virginia Woolf y la pintora Vanessa Bell, eran hermanas.
En torno a ellas se aglutinó, desde muy jóvenes, uno de los grupos de artistas e intelectuales más brillantes, talentosos, adelantados a su tiempo y auténticamente libres que han existido nunca: el grupo Bloomsbury.
Ambas, Vanessa y Virginia, se encontraban en el centro de este grupo de hombres inteligentes y visionarios que lograron cambiar el mundo de muy diversas maneras y que disfrutaban de la vida entregándose a interminables e inspiradoras conversaciones. La influyente posición que ocupaban estas dos mujeres en este grupo es un dato destacable por la extravagancia que suponía en aquella Inglaterra victoriana de encorsetadas y empobrecedoras costumbres para las mujeres. La actividad creativa y cultural de las hermanas, su forma de vida independiente y sus desprejuiciadas amistades fueron vistas como una anomalía en un mundo en el que de las mujeres de su posición lo que se esperaba es que fueran unas perfectas esposas y anfitrionas, una actividad que alcazaba su cumbre si lograban aderezarla con una vacua y previsible excentricidad y un ingenio muy delimitado.
¿Cómo se fraguó, entonces, el temperamento de estas dos mujeres independientes que no se dejaron atrapar por lo que se esperaba de ellas?
Esta es la investigación que me propongo iniciar. Para ello comenzaré por uno de los lugares donde ambas hermanas declararon haber sido más felices: St Ives. Se trata de un pueblo costero situado en el condado de Cornualles al suroeste de Inglaterra. A finales del siglo XIX este lugar de calles empedradas rodeado de acantilados y playas contaba ya con una intensa actividad creativa y una fuerte comunidad de artistas que acudían allí atraídos por su tranquilidad, sus paisajes marinos y su luz única. La numerosa familia Stephen pasó allí largos meses del periodo estival entre 1881 y 1895. Vanessa contaba con tres años de edad y Virginia tan solo tenía unos meses en aquel primer verano de 1881.
Las vivencias de las dos hermanas en este lugar dejaron hondas impresiones en ellas. Virginia llevó a la ficción muchas de las imágenes y sensaciones de aquellos veranos en su conocida novela Al Faro. También Las olas o, incluso, La habitación de Jacob es posible que no existieran sin esos recuerdos.
Vanessa dejó menos evidencias de estos periodos en su pintura, pero como explica la especialista Marion Whybrow, la extraordinaria vida artística de St Ives, donde era habitual ver a los pintores haciendo bocetos a la luz del día, tuvo una influencia decisiva en el desarrollo de Vanessa como artista, quien visitaba a menudo aquellos estudios y asistía a las exposiciones.
St Ives fue, sobre todo, el lugar donde las hermanas podían abandonar el convencional y limitante estilo de vida londinense constreñido por el decoro y las apariencias. De alguna forma, este pueblo y la casa que en él ocupaban “Talland House” representaron, en la infancia de estas dos inquietas niñas, la liberación de todo aquello que ya desde entonces les pesaba y les impedía desarrollarse como artistas, algo de lo que de forma más consciente y determinada se desprendieron en su juventud, una decisión que tuvo como uno de sus actos más simbólicos y significativos su traslado en Londres del exclusivo barrio de Kensington, donde vivieron junto a sus padres, al bohemio barrio de Bloomsbury, ya huérfanas.
Virginia Woolf en A sketch of the past escribió:
“When they took Talland House, father and Mother gave us -me at any rate- what has been perennial, invaluable”
Desentrañar el posible significado de estas palabras es la labor que acabamos de iniciar.