Vanessa Bell y los orígenes de una vocación
“No recuerdo un tiempo en el que Virginia no quisiera ser una escritora y yo una pintora”
Estas palabras han sido extraídas de las memorias de Vanessa Bell, publicadas bajo el título Sketches in Pen and Ink. El subtítulo que lo acompaña: A bloomsbury notebook, hace referencia a la procedencia de los escritos que las componen. Estos son, en realidad, un conjunto de textos que la propia Vanessa redactó para ser leídos en las reuniones que mantenía en el Memoir Club con los miembros del grupo Bloomsbury. El objetivo de estos originales e interesantes encuentros era escuchar de la voz de sus protagonistas los relatos autobiográficos que escribían unos y otros.
Con esta frase pronunciada por Vanessa en aquellas veladas, la pintora estaba poniendo de manifiesto la temprana y arrebatadora vocación que definió y acompañó tanto a ella como a su hermana Virginia Woolf toda su vida. Fue un hecho que las igualó, las acercó y las convirtió en cómplices. Una encontró en la otra, desde muy pequeñas, una comprensión de la que muchas veces carecieron socialmente. Esta afirmación que fue recibida con naturalidad dentro de su estrecho círculo de amigos, todos artistas y verdaderos intelectuales, suponía, sin embargo, toda una extravagancia en la más amplia sociedad de la época si tenemos en cuenta lo que se entendía que era una mujer y lo que se esperaba de ella.
El interés por investigar cómo surge en circunstancias tan poco favorables un fenómeno de esta naturaleza en las dos hermanas, es lo que anima la escritura de estas líneas y también las de los siguientes artículos.
En esta búsqueda por encontrar las raíces de sus vocaciones resulta imprescindible pararse en St. Ives, el pueblo donde Virginia y Vanessa pasaron los veranos de su infancia. Si bien, en el caso de Virginia, la profunda impronta que este lugar le produjo ha quedado plasmada en su obra, no puede decirse lo mismo en el caso de Vanessa, al menos de una forma tan visible y evidente. Una de las pocas pinturas de St. Ives que encontramos de Vanessa es un conjunto de azulejos en la chimenea del dormitorio de Virginia en Monk´s House, su casa de Sussex. El motivo que la pintora eligió fue el famoso faro de esta localidad. Fue un regalo de Vanessa por el cumpleaños de Virginia cuando ya habían transcurrido cincuenta años de su primer verano en St. Ives. Vanessa sabía que con este dibujo acertaría ya que Virginia siempre permaneció anclada a este lugar. Pero a Vanessa no le ocurrió lo mismo. Ella encontró inspiración para su pintura en otros lugares, especialmente, en Charleston, la granja en la que vivió durante muchos años en Sussex.
Sin embargo, las especiales características de un pueblo como St. Ives sí nos hacen pensar que sus estancias allí contribuyeron a alentar y conformar esa vocación de Vanessa hacia la pintura. Virginia recuerda en sus memorias los días de diversión con Vanessa en esta localidad en los que ella pintaba a la acuarela y dibujaba entramados de pequeños cuadraditos practicando las técnicas de John Ruskin en The elements of Drawing.
“Era un ser feliz que empezaba a sentir en su interior la primavera de insospechados dones, que el mar era hermoso y que podía pintarse algún día…”.
Y es que St. Ives era un lugar propicio para el desarrollo de cualquier actividad creativa. Virginia y Vanessa participaron desde muy niñas de la vida artística y cultural que el lugar ofrecía. Sus padres acudían con frecuencia a los conciertos, obras de teatro y fiestas del St. Ives Arts Club y es muy probable que fueran acompañados de sus hijas. Desde 1880 la comunidad de artistas en St. Ives no había parado de crecer de manera que, aun tratándose de un pequeño pueblo de pescadores, resultaba fácil adquirir pinturas, tintas, lienzos, cuadernos de bocetos y demás utensilios. A Vanessa y Virginia les gustaba especialmente visitar Lanham´s shop and gallery, donde además de realizar las compras necesarias y hacerse con algunos caprichos, se entretenían viendo las sucesivas exposiciones que la propia tienda albergaba. Vanessa tuvo además oportunidad de visitar los estudios de los pintores que fueron estableciéndose en el pueblo, muchos de los cuales fueron recibidos por sus padres en su casa, Talland House.
Desde los tres años y durante trece más, Vanessa se permeó de la luz y de la belleza de aquel lugar y sus experiencias con los numerosos artistas que allí acudían seguramente le permitieron contemplar con mayor naturalidad la posibilidad de dedicarse profesionalmente a la pintura. Sin embargo, esta posibilidad era algo de lo que no habló nunca abiertamente en su infancia. Aunque todos eran testigos de su temprana inclinación hacia la pintura o, más bien, de su necesidad de pintar -estaba constantemente haciéndolo-, su determinación de dedicar su vida a este arte y el efecto totalitario que ejercía en ella desde una edad muy temprana era algo que se guardó para sí. Virginia se refiere en sus memorias a un episodio en el que, siendo ellas muy pequeñas, observó a Vanessa trazando sobre una puerta negra un gran amasijo de líneas de tiza. “Cuando sea una famosa pintora…”, comenzó a decir. Luego, según cuenta Virginia, le entró la timidez y borró lo dibujado.
Más allá del sentir social de la época: “las mujeres no pueden pintar”, “las mujeres no pueden escribir”, Virginia achacó también esta actitud de Vanessa al hecho de que en su casa siempre recayó sobre ella una fuerte responsabilidad. Tenía asignadas muchas tareas, y con las sucesivas y tempranas muertes que se fueron sucediendo en la familia, primero la de su madre y después la de su hermana Stella, esto no hizo más que incrementarse de forma exponencial. No había espacio para sus posibles anhelos o deseos. Aunque esta situación llegó a pesarle mucho, la asumió con responsabilidad y seriedad, y ello a pesar de que sus continuos despistes ponían constantemente al descubierto un temperamento destinado a otros fines.
Ese universo infantil inmenso de Vanessa solo fue intuido y verdaderamente conocido, en esos primeros años, por la sagaz y sensible Virginia. Ella sabía que, bajo esa superficie de seriedad, ardía su pasión por el arte. Virginia cuenta en sus memorias que fue bajo la mesa del cuarto de los niños donde conoció a Vanessa y que fue allí, en aquel refugio al que acudían de vez en cuando, donde juntas intuyeron que “en el futuro les aguardaban posibilidades”.