Uno, bueno y vulgar

Álvaro Galmés

Ilustración: Carmela Liaño

Portada de revista con ilustración de un hombre de espaldas con pantalones anchos y camisa, en un entorno con lámpara, florero y silla, y texto en la parte superior que dice 'La Tenada', además de 'NÚM. 7 DICIEMBRE 2025' en la parte inferior.

Si John Wayne se presentaba a sí mismo como “feo, fuerte y formal”, James Stewart se debería haber presentado como “uno, bueno y vulgar”. Sin duda, hubo otros actores que encarnaron este arquetipo, pero si hay que pensar en una figura que represente al individuo medio que actúa por el interés de su comunidad, en el imaginario cinematográfico este siempre será el Stewart de Capra. 

A mediados de los años treinta del siglo pasado, en Estados Unidos concurrieron una serie de circunstancias que dieron origen a este atípico héroe.

En 1929 comienza la Gran Depresión y una extrema pobreza recorre todo el país; como consecuencia, Roosevelt realiza una serie de reformas centradas en aliviar las necesidades de la población.

Con pertinencia esta iniciativa se llamó New Deal, porque, ciertamente, fue un nuevo pacto entre todos los ciudadanos para salir solidariamente de tan difícil situación. En este contexto, el cine no podía quedarse fuera del acuerdo, y un perspicaz director empezó a hacer sus películas mostrando ese compromiso con la sociedad. Frank Capra dirige en 1932 American Madness (La locura del dólar) y en ella presenta a un banquero honrado que se enfrenta al poder para que su banco no colapse y pueda seguir dando crédito a los más necesitados. El actor que encarna a este nuevo héroe es Walter Huston, pero la heroica acción que emprende probablemente ya te habrás dado cuenta que es la misma que acometerá el protagonista de Qué bello es vivir.

“Uno, bueno y vulgar” se corona con James Stewart en Qué bello es vivir, pero, como acabamos de ver, fue ya vislumbrado por Frank Capra catorce años atrás. Analicemos, entonces, cómo creció esa identidad. “Uno”: No creo que exista otro director que haya incluido más veces en los títulos de sus películas el nombre de su protagonista. Entre 1934 y 1946, Capra hizo nueve largometrajes de ficción y entre ellos: Mr. Deeds Goes to Town (El secreto de vivir, 1936), Mr. Smith Goes to Washington (Caballero sin espada, 1939), y Meet John Doe (Juan Nadie, 1939). Queda claro que sus películas las protagoniza un individuo con nombre y apellidos, alguien concreto y particular. Pero en It's a Wonderful Life (Qué bello es vivir, 1946) utiliza un recurso aún mejor para dejar patente que estamos ante un ser humano particular; nada más comenzar la película y ante un cielo estrellado, escuchamos unas voces que dicen: “Por favor, ayuda a George Bailey, que es un hombre excepcional”, “Dios, por favor, ten compasión de George”, “Señor, te suplico que auxilies a George Bailey, como él hizo conmigo” y así un largo etcétera de súplicas que piden por este hombre con nombre y apellidos. A continuación, el director nos presenta a George Bailey primero en su infancia y después como un joven soñador; ya adulto, se exponen los problemas que ha de afrontar para cumplir esos sueños, y somos, entonces, conscientes de su imperfección: porque es torpe al hablar, pierde los nervios, se desespera con facilidad, llora e incluso es capaz de ser puntualmente injusto y violento sin razón. Un ser humano nada idealizado, un ser tan real como tú y como yo, o por lo menos en lo que respecta a la mezquindad tan real como yo. Pero, también, alguien con el que te podrías cruzar en cualquier esquina de tu ciudad, con el que podrías hablar de tú a tú, alguien que te podría interesar por sus particularidades, y aún mejor, alguien al que tú le podrías interesar.

Que es “bueno” también lo sabemos desde el inicio, todo el heterogéneo coro de voces que piden por él, enfatiza su bondad. Pero en la película vemos que su bondad no nace de una perfección innata, no es un ser angelical, George Bailey es bueno a su pesar. La bondad quizá es el modo de triunfar en la vida más democrático que existe, para tener éxito en el trabajo o en la sociedad hay que nacer con según qué dones: inteligencia, perseverancia, belleza, imaginación; y, además, viene muy bien tener algún que otro privilegio de más: riqueza, posición; pero para ser una buena persona no, tan solo hay que actuar en el día a día teniendo en cuenta a los demás. Una vez tras otra, en cuanto nuestro héroe tiene la oportunidad de cumplir alguno de sus sueños, una eventualidad le obliga a elegir entre su propio beneficio y el de los demás, y él siempre se decanta por la comunidad.

Pero, también, es “vulgar”. Sí, la bondad es la virtud más vulgar que existe, como acabamos de ver, nada extraordinario se necesita para alcanzarla. Y es que George Bailey no es especialmente listo, ni guapo, ni tiene una cuantiosa fortuna, o gran fuerza de voluntad, no, tan solo está dispuesto a esforzarse por los demás. Nada que ver con los héroes clásicos que enfocan sus vidas para alcanzar sus grandes gestas; mientras que la férrea voluntad de estos rige sus destinos, el destino de George lo dirige el azar. Vulgar, además, porque vive en un pueblo perdido, porque tiene un trabajo aburrido, porque se casa con su vecina, que como él no es ni demasiado guapa, ni demasiado lista. Y, además, porque nunca en la vida le pasa nada excepcional; ni siquiera cuando tiene que bajar un ángel del cielo a ayudarlo viene alguien especial, ya que el ángel que custodia a nuestro protagonista es un viejo simple, y tan vulgar que la única razón por la que le dan este encargo es porque es bueno y, evidentemente, con solo esa divisa san José pronostica que fallará.

No parece extraño que después de todo lo anterior fracasara esta película cuando se estrenó. Cierto que tuvo cinco nominaciones al Oscar, pero no ganó ninguna de ellas; ese año la película más laureada fue Los mejores años de nuestra vida, una meditación en torno a las pérdidas y el sufrimiento de los soldados que regresaron de la Segunda Guerra Mundial. Sí, el New Deal ya era historia, el nuevo acuerdo no era de esperanza e ilusión, sino el de no caer en la desesperación después de haber presenciado tanto dolor.

Ya, ya, ya, pero si fue un fracaso ¿por qué a día de hoy muchos la consideramos excepcional? Comparto contigo algunas ideas que a mí me dan que pensar. Si recuerdas, durante el New Deal, Capra filmó tres aproximaciones a este héroe vulgar, pero aún hizo otra más: You Can't Take It with You (Vive como quieras, 1938) protagonizada, también, por Stewart. Pues bien, en todas ellas el protagonista era un hombre joven, soltero y algo desubicado. Pero en esta última, ya no. Ahora quizá tendría que desdecirme, al afirmar que del todo, del todo, George no es como los otros, un “uno” individual. En la construcción de su identidad su familia juega un papel fundamental. Y es que George Bailly es sobrino, para su desgracia, de un hombre bueno pero incapaz, el alter ego mundano de su ángel protector. Es hermano de un héroe, este sí del modo clásico, un hermano menor al que cuida y por el que se sacrifica. Además, es padre de cuatro hijos, en una época en la que esto se vería como una anomalía, porque el baby boom todavía ni existía y nadie se lo podía imaginar. Y esta es una de las razones por las que creo que Capra, no es que se rezagara en la construcción de su personaje, sino que se adelantó en toda una generación. Hasta que los niños que nacieron en el 1946 no fueron adolescentes, no se pudieron identificar con esa familia. Quizá, entonces, habría que decir que Capra inaugura un género que hasta bien entrados los años cincuenta no empieza a prosperar, y es el del “uno, bueno, vulgar y familiar”. 

De especial importancia para entender en profundidad la película, es entender su cualidad de hijo, el primogénito de un hombre inmensamente bueno y, este sí, inmensamente capaz. Un padre que ha fundado y mantenido durante años una casa de empréstitos con la que ayudar a la comunidad. En una maravillosa conversación al inicio de la película, el padre le expone con bondad las razones que le llevaron a fundar ese pequeño banco, pero su hijo, ambicioso de lo vulgar, es incapaz de entenderlas. Aun así, el ejemplo de su padre será el eje sobre el que pivotará la película, solo que es un eje discreto, siempre en segundo plano, como para no molestar. No obstante, hay que reconocer que es mencionado en varias ocasiones como el histórico benefactor de la ciudad, y, asimismo, en la casa de George siempre está presente su retrato, e incluso George tiene uno en su despacho, y ahí, además, con un lema que empieza con las mismas palabras con las que Capra tituló su película del 1938: “No te lo podrás llevar contigo” (You Can't Take It with You), pero a esto la sabiduría del padre añadió: “Solo te podrás llevar lo que des a los demás”, esta es, como dice Gomá Lanzón, “la imagen de su vida”, el ejemplo que su padre le quiso dejar.

Pero, por encima de todo, George es marido. Parece ser que Capra se inspiró en su propia esposa para construir el personaje de Mary Hatch, que como George es: una, buena, vulgar y, fundamentalmente, familiar. Mary es determinante en las empresas que acomete su marido, y no solo en la empresa de crear un hogar para sus cuatro hijos, sino en la de dar un hogar a los demás, creo que es muy importante tener esto presente para entender el heroísmo del matrimonio. Mary es imprescindible porque renuncia a su viaje de novios y a su dinero para salvar la casa de empréstitos familiar, y después porque se implica personalmente en la creación de un parque de casas baratas que darán un hogar a las futuras familias de la localidad. Quizá, sin saberlo, nuestros protagonistas estaban ofreciendo ya un futuro a las familias americanas del baby boom, algo que con el tiempo ellas supieron valorar. Pero lo más importante es que Mary es la única que puede salvar a su marido: de sus ínfulas de triunfador, con su humildad; de la bancarrota, con su pundonor; e, incluso, de sí mismo, de sus miedos y fantasmas, con su amor. Por esto, nunca le perdonaré a Capra que no hiciese una última película solo dedicada a Mary Hatch.