Pikionis: el héroe invisible de la Acrópolis
Dimitris Pikionis en Delfos. Museo Benakis.
“Piedra, tú formas las características de este paisaje. Tú eres el paisaje. Eres el Templo que ha de coronar las escarpadas rocas de tu propia Acrópolis.”
Pikionis, D. (1935). Una topografía sentimental. Tó 3o Máti (Revista Tercer Ojo)
La cita de Dimitris Pikionis y su título: “Una topografía sentimental” revelan su forma de entender la arquitectura. Se dirige a una piedra como a un ser vivo, tal y como vemos en su variado diseño de los 2.000 m² de los pavimentos hechos a mano alrededor de la Acrópolis.
Poca gente sabe quién es, y a la vez, su trabajo en el monumento es considerado una de las mejores intervenciones paisajistas del siglo XX, anticipando el Land Art. Tampoco yo lo conocía hasta que mi amiga Clara me llevó a la exposición organizada por el Círculo de Bellas Artes el pasado febrero. Salí de allí con la sensación de un descubrimiento emocionante y la voluntad de volver.
Acrópolis significa “ciudad en la cima” y cuando llegas a Atenas lo comprendes, elevas la mirada y realmente está arriba. A su alrededor hay siete colinas que permiten admirarla en el mismo plano. Su función era proteger y acoger los templos como el Partenón, hacia donde desfilaba la procesión anual de las Panateneas para ofrecer a la diosa Atenea un nuevo manto. Pikionis -un discreto profesor de arquitectura y pintor- otorgó a la ciudad otro don al configurar los senderos, la vegetación y los accesos que aún hoy transmiten a los visitantes el genio del lugar del monumento y su entorno, sin llamar la atención.
La Acrópolis desde la colina de las Musas
En los años 50, Grecia se modernizaba con nuevos apartamentos, hoteles, aeropuertos. Respecto al acceso al conjunto, se podían coger autobuses por una carretera destartalada, con numerosas casetas turísticas. Era necesario intervenir, poniendo en valor el monumento, y el encargo recayó en Pikionis, gracias a amigos que confiaban en su sensibilidad y en su amor por el paisaje ático.
Lo que debía ser un proyecto de unos meses se convirtió en cuatro años (1954-1957) en los que el arquitecto griego reorganizó el paisaje, descubrió antiguos caminos y creó nuevos, ideó paradas para descansar y admirar el paisaje con bancos y fuentes, respetó elementos que ya existían como grandes piedras o árboles, y tejió un recorrido en bucle entre los monumentos. Su modo de trabajar, en diálogo con la naturaleza, muestra las diferencias con la arquitectura mecanizada.
Imaginemos el trabajo en las obras: Dimitris es menudo y tiene 70 años, aun así, ha elegido el equipo con mimo. Son cerca de treinta personas entre alumnos suyos de la universidad y experimentados canteros de la isla de Naxos. Los materiales son mármoles locales, restos reutilizados de villas demolidas de Atenas, cerámicas, rocas encontradas en el recorrido, gravas y cantos rodados. Trabajan arrodillados en el suelo: clasificando, cortando, tallando y puliendo. Pikionis hace dibujos preliminares, pero el sendero final surge allí mismo. Cada piedrecita es colocada y si el resultado no le gusta, se vuelve a recolocar. Lo que se va descubriendo sobre el terreno, una raíz de un árbol, un pedazo de mármol o una roca, alteran también el rumbo de los dos caminos principales.
Reconozco que había paseado por la entrada de la Acrópolis hace años sin ser consciente de que ese paisaje tan griego y esos pavimentos no estaban allí desde siempre. El artista consiguió recrear cuidadosamente el entorno de la Grecia clásica sin imponerse. Apenas hay referencias a él en los carteles o señales, aun tratándose de uno de los monumentos más visitados del mundo con aproximadamente 20.000 visitantes por día.
Este verano, buscando las huellas de Pikionis, he visto el contraste entre la masificación del monumento y los paseantes de la colina de las Musas y cómo el diseño se adapta a las distintas funciones. En el camino hasta la Acrópolis, el arquitecto construyó un pavimento con piedras grandes, mármol, bordes regulares y simétricos, y áreas de descanso en sombra, acabadas y amplias para acoger a grandes grupos. Sin embargo, muchas menos personas recorren los caminos serpenteantes de la colina de las Musas, se sientan en los bancos, disfrutan de las vistas de la Acrópolis, del amanecer o la puesta de sol, observan la plantación de olivos, pinos, granados, mirto, laurel o romero. Una vegetación escogida y trasplantada del campo ático por ser la misma del mundo clásico.
Camino a la Acrópolis, área de descanso con bancos cerca de la entrada y boceto de Pikionis
También yo, al llegar a lo alto de la colina de las Musas como una paseante más, con el calor y el cansancio, presto más atención al suelo y me sorprendo sonriendo al descubrir la mirada de este precioso sol tallada en el círculo de mármol y los rayos de finos rectángulos de distinta longitud, a su vez insertados entre piedras irregulares. Nadie más parecía verlo.
Detalle en el pavimento cerca de la cima de la colina de las Musas
Ahora, de vuelta en Madrid, conservo el recuerdo físico de aquel paseo de la mano de Pikionis: el aroma de los pinos e higueras, el color dorado de la puesta de sol, el canto estridente de la chicharra, el calor en la piel que ralentiza la subida a la colina deambulando y, en la cima, la vista de la Acrópolis que ha sobrevivido a los siglos. Nuestras raíces atemporales mediterráneas son las mismas.
Vuelta desde de la colina de las Musas al atardecer