Líos de oficina: cuando la novia es la amante y viceversa
I
Llevaba Marta un par de horas abstraída de la realidad, en las que había dispuesto de toda su atención para revisar unos documentos especialmente complejos de una due diligence que había caído en el despacho en el que trabajaba como abogada, cuando el ruido de los pasos acelerados de su socio por el pasillo, al que ya estaba acostumbrada y reconocía al instante, la sacaron de su ensimismamiento.
Las últimas semanas en la oficina habían sido especialmente anodinas porque Claudia, la asociada con la que compartía despacho, se había marchado. Llevaban juntas cinco años, desde el día en que hicieron la entrevista con Recursos Humanos. “Sabes que me da una pena horrible, pero creo que este es el mejor momento para dar el salto” −se justificó−. “Es un cliente al que conozco bien y sé que podré conciliar mejor con el mismo sueldo. Siempre he dicho que era algo que ya valoraba mucho y en un futuro más todavía, por razones obvias”. Claudia se acababa de casar y había manifestado su intención de ser madre en un futuro próximo.
Cuando ya se desprendía de la añoranza de su amiga para concentrarse nuevamente en sus documentos, el socio llamó a su puerta. Al comprobar que estaba acompañado, se acordó: hoy era el día en el que se incorporaba el reemplazo de Claudia.
−Hola, Marta. Te presento a Juan. Hoy es su primer día y se va a sentar aquí, contigo.
Se dieron dos besos e intercambiaron un breve saludo, hasta que Juan se marchó para terminar de realizar la ronda de presentaciones con el resto del departamento y recoger su portátil. Al sentarse, Marta esbozaba una sonrisa casi imperceptible, de la que no era consciente.
II
Juan regresó al despacho cargado con su ordenador y una caja rebosante de artículos corporativos (una mochila, un termo de café, libretas, etc.), pero su constitución atlética le permitía desplazarse con agilidad y presteza. Analizó durante unos minutos la nueva realidad física ante la que pasaría tantas horas y se dispuso a aposentarse.
Aprovechó que la tarea requería un nivel bajo de concentración, y que aquel era el primer momento de intimidad, para hacer las típicas preguntas de presentación. Marta le contó que era de Zaragoza, pero que decidió irse a Madrid para estudiar el máster de acceso a la abogacía y probar suerte en alguno de los despachos importantes. Le hicieron una oferta en el actual y “desde entonces ni tan mal”: el socio era inteligente y agradable de trato, lo que ella valoraba especialmente. Vivía con su hermana, que cursaba el último año de medicina.
Él era madrileño de segunda generación. Confesó que no había sido buen estudiante en el colegio ni en los primeros años de la carrera. Había escogido derecho por las salidas profesionales, aunque ahora le convencía más. En los últimos cursos levantó su nota media lo suficiente como para ingresar en un despacho de nivel medio. Ahora se había beneficiado de la vacante porque “cada vez hay menos gente de nuestra edad que quiera este tipo de trabajos”. Se había independizado, aunque no mencionó si vivía solo o acompañado.
Sus mesas estaban pegadas en medio del despacho y se sentaban enfrentados con los monitores en medio, de forma que hablaban sin mirarse. Instalar el ordenador requería conectar una serie de cables con sus respectivos puertos. Juan experimentó algunas dificultades en la labor, para lo que Marta se desplazó al otro lado de su mesa para asistirle. Le sorprendió un poco que Juan estuviese tratando de introducir un cable en un espacio de proporciones notoriamente más reducidas. Le señaló el lugar correcto y, al agradecérselo Juan, sus miradas se cruzaron y se mantuvieron así durante un par de segundos.
−Qué raro que tu primer día sea un viernes, supongo que ya estarás pensando en el fin de semana. ¿Vas a hacer algo especial? −preguntó Marta.
−No, nada especial. Hoy quedaré con mis colegas de toda la vida y al final probablemente me acaben liando. El sábado iré al gimnasio y por la noche veré el derbi con el grupo de la uni, ya me estoy empezando a poner nervioso. ¿Tú?
−Yo lo de siempre también. Los viernes suelo cenar con los del máster y luego salir. A lo mejor nos vemos por ahí. Luego el sábado como tú, descansar, ir al gimnasio, limpiar la casa y ver mi serie. Si mi hermana tiene tiempo haré algún plan con ella también.
III
−Estoy embarazada.
Claudia había citado a Marta para ponerse al día tres meses después de su salida, y nada más encontrarse le reveló la gran noticia. Marta se alegraba sinceramente por su amiga y quería que su reacción así lo reflejase. Puso especial empeño en ello, sobre todo porque una vocecilla en su interior llamaba a la inquietud: ¿qué estaba haciendo con su vida? Claudia, que tenía su misma edad, estaba casada con un tipo encantador con el que compartía una complicidad auténtica y con el que esperaba un hijo, mientras que ella estaba sola. Y el tiempo empezaba a apretar. Ya había hecho más de una vez el cálculo de cuándo se casaría y tendría su primer hijo en el caso de conocer al hombre de su vida al día siguiente. Porque ella realmente aspiraba a formar una familia.
Cumplió estoicamente con los deberes ínsitos a la amistad: preguntó de cuántos meses estaba, cuándo nacería, si prefería chico o chica, cuánto tiempo se cogería de baja. En definitiva, agotó el tema.
Su turbación latente solo se vio apaciguada cuando, en un acto de urbanidad, Claudia se dio cuenta de que su novedad, pese a su incuestionable trascendencia, no merecía acaparar la totalidad de atención. Preguntó por Juan, respecto al que Marta ya le había adelantado algunos detalles.
−No podría ir mejor, la verdad. Hemos estado hablando sin parar desde que llegó. Y cada día va a más. Alucinarías si te enseñase nuestra conversación, creerías que estamos saliendo −al terminar la frase, su rostro reflejaba sin disimulo que deseaba que fuese así.
−¡Me alegro mucho por ti, Beita! Me parece lo más normal del mundo que se fijen en ti. Eres guapa, tienes un buen trabajo y, lo más importante, eres buena persona. Un partidazo. Háblame de él, quiero saber cómo es ese chico que ha conseguido engatusarte.
−Pues no sé… Coincidimos en todo. Trabajamos en lo mismo, lo cual tiene muchas ventajas cuando te dedicas a la abogacía, porque compartimos horarios y problemas. Gracias a eso nos entendemos súper bien. A los dos nos gusta viajar. Y nos reímos sin parar.
−¿Y ha pasado algo ya? −Claudia fue al grano porque no le habían satisfecho demasiado las razones de su amiga.
−Todavía no. Creo que es el chico más paciente con el que he ligado en mi vida. Supongo que le dará apuro estar con alguien de la oficina. Es meterte en un jardín, puede salir muy mal. Yo también prefiero ser prudente. Aunque, eso sí, en el despacho ya se ha dado cuenta todo el mundo. Me llegan comentarios todo el rato. El otro día, en la cena de navidad, fue descarado. Estuvimos bailando juntos toda la noche. Por momentos, muy juntos.
IV
−Diría que el país que más ganas tengo de visitar es Japón −dijo Juan. Hablaba con Marta de viajes mientras descendían por las escaleras de la oficina una mañana de lunes en dirección a la cafetería. Se había convertido en costumbre: bajaban todos los días una hora y media después de comenzar su jornada.
−¿Sí? ¿Por qué? Yo Japón nunca me lo he planteado. Está muy lejos.
−Buah, a mí me fliparía. Me han dicho que Tokio es increíble, la comida me encanta y el monte ese… ¿Cómo se llamaba?
−¿Fuji?
−Ese. Justo. En cuanto tenga la oportunidad iré para allá.
Llegaron a la cafetería y se pusieron a la cola de la barra. La conversación derivó hacia otros derroteros, hasta que justo detrás de ellos se colocó una chica de otro departamento, a la que Marta conocía de vista precisamente porque fue a dar la bienvenida a Juan durante su primer día.
−¡Hombre, Juan! ¿Qué tal todo? ¿Cómo te tratan los de la tercera planta? Qué fuerte, creo que no te he visto desde el día que pasé a saludarte.
−Muy bien, Paula. ¿A ti cómo te va? Ya, con lo cerca que estamos y no coincidimos nunca. Es que al final llego, me siento en mi sitio y me voy. Salvo en la cafetería, es complicado encontrarse por casualidad.
−Totalmente. Además, últimamente no nos vemos nunca fuera del despacho tampoco.
−Ya… es una pena. Habría que quedar un día con todos los demás −Juan titubeó al pronunciar estas palabras y apartó la mirada de Paula para dirigirla al mostrador.
−Si es que últimamente te vas con tu novia todos los findes por ahí. Tú antes no eras así. Es más, criticabas a los que desaparecían de repente cuando se echaban novia, ¿te acuerdas? Luego volvían cabizbajos, como pidiendo perdón. Aunque a lo tonto vosotros lleváis ya bastante. ¿Cuánto? ¿Dos años?
−Sí, más o menos…
−Esta cola no avanza, me voy a la máquina de abajo. Nos vemos luego, chicos. Mucho ánimo con vuestro día −dijo Paula, tras lo que se marchó a paso ligero y enérgico.
Durante el resto del día, cayó un telón de acero entre Marta y Juan.
V
−¿Que tiene novia? ¿Qué dices? ¿Cómo es posible? −Claudia no daba crédito ante la revelación de su amiga. Había transcurrido un mes desde la averiguación.
−Lo soltó una amiga suya del colegio que trabaja con nosotros en el despacho. Fue de casualidad. Menos mal, seguiría engañada si no.
−¿Y cómo estáis vosotros desde entonces? Me lo imagino violentísimo; compartís cubículo trece horas al día.
−Al principio muy incómodo, como puedes suponer. Pero poco a poco la cosa fue perdiendo la tensión… Y ahora estamos prácticamente como al principio.
−¡Lo que faltaba! Marta, tienes que quererte más. El tío lleva meses ligando contigo y ocultándote que tiene novia. Un chico así nunca es el chico. Sabes que tengo razón.
−Bueno, es diferente. Yo es que siento una conexión emocional con él muy fuerte. Al final, como dices, estamos juntos todo el día, al menos entre semana. Nos lo contamos todo, nuestras aspiraciones y miedos. Sé que le preocupa no estar a la altura en el trabajo o que con su padre no se entiende del todo bien. A veces, cuando está mal, necesita que alguien le escuche y le consuele. Ese alguien soy. Y él hace lo mismo conmigo.
−Eso entre semana. ¿Y los findes?
−Pues últimamente se va bastante de viaje con su novia, tipo escapada rural.
A Claudia se le escapó la risa, aunque intentó reprimirla por deferencia.
−¿De qué te ríes?
−¿No te has dado cuenta antes? Ahora tú eres la novia; y la novia, la amante.
