De la improvisación como arte total:

The Köln Concert (1975)

Portada de una carpeta de vinilo con la imagen en blanco y negro de Keith Jarrett tocando el piano, con el texto 'KEITH JARRETT THE KÖLN CONCERT'

El 24 de enero de 1975 la Ópera de Colonia (Köln) acogía por primera vez y tras una rutinaria función de ópera un concierto de jazz solista… a las once y media ¡de la noche! Al llegar al teatro tras un largo viaje, un joven Keith Jarrett —por entonces ya un reputado pianista del panorama jazzístico— encontró una desagradable sorpresa: el piano previsto no estaba y, en su lugar, le ofrecían uno destinado a los ensayos operísticos, más pequeño y desafinado. A ello había que sumar los problemas físicos que arrastraba Jarrett, exhausto tras una gira agotadora por varias ciudades europeas. Aquella velada, que prometía poco más que una sesión de música underground, terminó convirtiéndose en uno de los conciertos más legendarios de la historia de la música.

Las circunstancias que antecedían el concierto habrían bastado para que cualquier artista consolidado —y nuestro héroe ya lo era— renunciara a tocar en semejantes condiciones. Pero Jarrett supo estimular su arte desde la precariedad. Una entusiasta Vera Brandes, la joven de dieciocho años promotora del concierto, logró convencerle de salir a la escena. Gracias a su infravalorado esfuerzo podemos disfrutar hoy de una de las obras maestras del arte improvisado; sesenta y seis minutos de pura fantasía que perdurarán en el tiempo gracias a la inestimable grabación de ECM Records: el Köln Concert.   

El concierto se estructura en dos partes, tal y como se editaría posteriormente por la discográfica. Una primera de veintiséis minutos y una segunda, más larga, pero subdividida a su vez en tres piezas que ofrecen coherencia global.  El inicio es lento y dubitativo, algo lógico si tenemos en cuenta las condiciones en las que debió afrontar Jarrett la función. Sus primeros acordes parecen acariciar el piano, tanteando cómo sacar el máximo rendimiento al instrumento. Tras unos titubeantes compases iniciales, pronto asoma y anticipa —como en un recurso pucciniano— la melodía con la que cierra emotivamente esta primera parte. 

La segunda mitad, la más célebre, alterna el carácter lírico y accesible, con momentos menos rítmicos y más abstractos. Ciertamente, en determinados compases del concierto afloran pasajes reflexivos e introspectivos, fruto de la improvisación, que le han otorgado fama por su influencia —probablemente indeseada— en la estética minimalista y de la música ambiente.

En todo caso, desde el primer momento es posible identificar algunos de los elementos que justifican la popularidad del concierto. Sus patrones rítmicos, casi hipnóticos, y sus constantes cambios de tempo enganchan a todos los públicos. Y aunque siempre se ha clasificado dentro del género de jazz, destila ritmos propios de otros como el gospel, el soul o incluso de la música más clásica. Una transversalidad que le aleja de los puristas del jazz, pero le acerca a las masas. 

Ciertamente, el álbum conoció rápidamente el éxito convirtiéndose, poco tiempo después de su publicación, en el disco de piano solo y jazz solo más vendido de la historia. Una popularidad que también se ha visto acompañada de una importante influencia en el mundo musical. Jarrett demostró que la improvisación, más que un mero recurso estético o complementario, puede convertirse en el eje central de una actuación, ofreciendo un producto musical con la misma estructura, coherencia y calidad que el de una composición escrita.

La magnífica grabación de ECM también ha jugado un papel fundamental en la influencia posterior que ha tenido el concierto. Más allá de la gran calidad de sonido —una de las insignias de esa casa—, el álbum integra armoniosamente la música con el ruido ambiente: el público, tímido al principio y exultante al final, y Jarrett, cuyos “gemidos” —al más puro estilo Glenn Gould en sus míticas grabaciones de las Variaciones Goldberg— son historia de la música. 

El 30 de noviembre se cumplieron 50 años del lanzamiento del álbum. A pesar de la importante efeméride, ésta se ha conmemorado discretamente. Destaca el estreno de la película Köln 75 (dir.: Ido Fluk) con la historia de la promotora del concierto, Vera Brandes, como tema central de la misma. Sin embargo, ha pasado casi desapercibida y hoy no está disponible en abierto en ninguna de las plataformas de streaming.

La futilidad de reinterpretar hoy el concierto no facilita la recuperación de su popularidad. ¿Acaso alguien acudiría a una exposición de copias de obras maestras del Renacimiento? La grandeza del Köln Concert radica precisamente en su singularidad: es el producto, excelso, de la improvisación en unas circunstancias precarias muy concretas. Jarrett transforma las adversidades y dispone de ellas, como notas en un pentagrama, hasta convertirlas en partes esenciales de la obra.  

Todo ello dificulta que las nuevas generaciones conozcan tanto la obra como al artista, ya retirado. Jarrett no es un pianista de un solo concierto ni de un único álbum. De hecho, siempre le ha causado cierta molestia que la fama de este concierto —al que no considera su mejor directo— eclipse el resto de su obra, que le ha consagrado como uno de los pianistas de jazz más importantes del s. XX y que abarca incluso la música clásica, con maravillosas grabaciones como las sonatas de Württemberg de C.P.E. Bach, también en ECM Records. 

Ya acabo. Dice Félix de Azúa que “la música esculpe el tiempo”. Y lo cierto es que Jarrett logra que el tiempo, y el silencio, no suenen igual tras escucharle improvisar en Colonia. Si en mi anterior artículo en estas páginas digitales recomendaba el diálogo entre obras, en esta ocasión les pido que hagan una excepción: escúchenlo acompañados del más absoluto silencio.