Gachas alcarreño-conquenses.
Receta y crónica
Unas semanas atrás, organizó el pueblo vecino unas gachas. No había probado hasta entonces las gachas, así que me apunté sin pensarlo.
A mediodía seguía habiendo una niebla espesa y un frío también espeso. Entramos en el pueblo y buscamos entre las callejuelas indicios de jolgorio. La tropa se había adueñado de una nave gigantesca, vacía aunque no diáfana, de paredes de confección amateur y vigas de árboles objetores de conciencia.
En la nave había un despliegue de calderos. Seguramente todos los del pueblo y alguno de importación. Dos filas, cada una de cuatro woks-manchegos, media braza de aceite, nos dieron la bienvenida.
-¡Somos más de ciento veinte
- ¡Ay madre!
Cogimos sitio a la vera de uno de los serpentines de butano y nos dedicamos a comentar la jugada.
Receta:
Vestir de negro, pañuelo en la cabeza.
Leña, a poder ser de chaparra o de quejigo.
Cuando ya vaya oscureciendo, y pueda oír a las ovejas bajar la última ladera hacia el pueblo, meter el caldero en la lumbre. Para su marido y sus hijos, elegir entre ambos calderos el pequeño.
Aceite, o grasa animal en su defecto.
Freír panceta, hígado, hongos… aquí a gusto del consumidor, y según lo que haya en la despensa. ¡Ah, y ajo!, fundamental.
Retirar los tropezones. Reservar.
En el aceite caliente y ya perfumado, cucharada colmada de harina de almortas por barba. (A comprar al vendedor ambulante en tiempos de siega y molienda.) (También, en casos extremos, disponible en Mercadona Cuenca.) Añadir también pimentón y quizá alcaravea, según gusten.
Freír la harina sin parar el movimiento del cucharón hasta que aquello deje de oler crudo y pueda servir como sucedáneo de cemento para alicatar.
Poco a poco verter agua, caliente.
Meneo constante.
Estarán listas cuando burbujas de aceite, al parar el mencionado meneo, afloren a la superficie.
Disfrutar con pan y los tropezones pre-fritos.
Mientras grupos de cuatro o cinco vociferan alrededor de cada sartenón, botellín en mano, admiro el esfuerzo por que una receta tradicional no se pierda, y el aprecio total a las raíces, que ha conseguido hacer de un plato de aprovechamiento, de batalla, de mala muerte, de noble salvaje, una ocasión de reunión y disfrute.
Muy ricas.
¡Hurra por los cocineros! ¡Hurra por el que prestó la nave! ¡Hurra por los que han cedido el salón de actos donde comemos! (Que pensé que era del ayuntamiento y no privado, y que tiene un cartel de “Centro de Salud” en la puerta… indagaré.)
Llenos y con cada vez más niebla; a la climática ahora se suma la mental, volvemos, de cabeza a la siesta.
Fotografía: Jaime Oliveira