Filosofía mundana: una conexión con lo trascendental

Escena teatral con cinco actores en escenario colorido y decoraciones con plantas, una mujer recostada en el suelo con una pierna levantada y sonrisa, rodeada de mesas con flores, dos actores sosteniendo flores, y una actriz en un escenario con fondo de árboles y ramas.

Qué tarea difícil la mía: tengo que escribir sobre una obra cuyo autor tiene el mismo nombre y apellido que yo. Ante esta situación, cabe la posibilidad de que el lector pierda interés en mi opinión, viciada de subjetividad. Si ese es el caso, querido lector, te invito igualmente a leer lo que tengo que decir, porque, habiendo tenido el privilegio de asistir a uno de los ensayos, puedo aportar una perspectiva que por lo menos es distinta de la del resto de medios.

Filosofía Mundana -el texto- consiste en una serie de microensayos de filosofía, donde la tesis del autor es que filósofo no es quien escribe sobre filosofía, sino que filósofos somos todos porque todos tenemos una interpretación del mundo. Y la nota de mundanidad que se presenta señala triplemente la dirección a una filosofía que desea pensar sobre el mundo, para todo el mundo y con un poco de mundo (1).

Yo ya había leído los textos alguna vez, por lo que el contenido de la obra que ahora se representa no era novedoso para mí. Pero, cuando recibí la noticia de la intención de llevarla al teatro, me preguntaba cómo podía esa obra llevarse a las tablas, siendo el principal enigma para mí cómo conseguir un hilo conductor. Cómo lograr que una serie de microensayos que tratan temas mundanos, pero aparentemente inconexos (no en cuanto a temática, sino en cuanto a estructura), puedan fundirse en una única línea argumental con planteamiento, nudo y desenlace. Por lo tanto, la dificultad era mayúscula para Luis Luque, quien aparentemente se había enamorado de los textos y parecía decidido a adaptarlos y llevarlos a escena. La inseguridad que traía consigo la adaptación del libro podría haberle hecho desistir directamente, haberle hecho pensar que sí, que está enamorado, pero que no son adecuados. Que el teatro quizás no soporte eso. Pero ya sabéis cómo es el amor:

Cuando el amor te explota entre las manos como un paquete bomba, todo lo que hay en el mundo, en su florida y exuberante variedad, se contrae a un solo principio dador de sentido (2).

Por lo que, pese a todo, Luis decidió continuar con su aventura. Y poco a poco, todo fue transitando de lo abstracto a lo concreto, confirmándose sala, fecha y actores, mientras yo continuaba en mi asombro al ver cómo alguien podía atreverse a emprender semejante andanza.

Se acercaban las fechas del estreno y, como mencionaba al principio, tuve la oportunidad de ir a uno de los ensayos. Llegué a la Nave 10 de Matadero, me recibieron muy amables y me confirmaron que la sesión de ese día era en una sala distinta de aquella en la que se iba a representar ante el público, y no iba a contar con el vestuario de la obra ni las luces. Por lo que pude ver de primera mano el proceso de construcción de la obra.

Al llegar, Raúl Marina, encargado del diseño de vestuario, contó que parte de la inspiración de su trabajo en Filosofía Mundana le vino de Turner, especialmente en su forma de entender el poder de la naturaleza sobre el ser humano. Esa mirada se representa en el jardín donde se desarrolla la obra: colores intensos y una estética acompañada por la presencia de la artista floral Covadonga Villamil, descalza y vestida en tonos crema, como si formara parte del propio paisaje. Esa sensibilidad naturalista convive, además, con decisiones más conceptuales, como el vestuario de Laura Pamplona: una chaqueta y un pantalón morados, sobrios y formales, combinados con unas zapatillas. Un contraste que encarna la idea de filosofía mundana: pensamiento elevado, sí, pero a la vez cercano, cotidiano, hecho para -y desde- la gente de mundo. Tras esto, entramos a la sala en la que se iba a llevar a cabo el ensayo, donde ya nos presentaron a todos los involucrados en el proyecto. Y cuando acabaron las presentaciones y nos sentamos para que diese comienzo el ensayo, experimenté uno de los momentos más emocionantes de mi vida.

Luis Luque dirigió a los actores un discurso inspirador y lleno de sinceridad. Sin caer en sentimentalismos, anunció cómo esta obra había hurgado en algo hondo de su momento vital, y cómo él mismo se ha encontrado en los escritos de hombres sabios; y cerró la arenga proclamando que los del teatro “seguimos apostando por trascender”. En ese instante, en el momento en el que escuché las palabras de Luis, toda la incertidumbre se desvaneció de golpe y adquirí la certeza de que lo que iba a presenciar unos minutos más tarde iba a estar lleno de sentido.

Y así fue: ahí sentado viendo el ensayo volví a sentir después de mucho tiempo la elevación de un teatro que actúa como vehículo de conexión con lo trascendental. El teatro español en sus orígenes no fue concebido como un mero divertimento, sino como un medio para transmitir mejor el texto sagrado. Luis Luque ha adoptado esa función originaria del teatro para regalarnos esta representación cuya única trama es la mundanización de lo trascendente, la conceptualización de lo cotidiano transmitido de la forma más poética posible. Quien no sea capaz de autocomprenderse, de entender que de un atardecer nacen conceptos, reflexiones y emociones, puede rechazar la obra por una supuesta ausencia de hilo narrativo. Pero la realidad es que jamás en la historia ha habido más trama en una obra de teatro, pues el argumento es el mundo, es la vida, son las vivencias de cada uno de los espectadores. Es una obra sin igual, porque crea una trama única e irrepetible en cada uno de los que la presenciamos y que no se agota, pues cuando fuera del teatro amemos intensamente a alguien, observemos un atardecer, o nos situemos en el tanatorio ante un ser querido que se ha ido, la obra volverá a representarse ante nosotros.

Cuando era pequeño y mi padre me llevaba al teatro, los autores de las obras que veíamos generalmente habían muerto hace siglos. Para mí, eran semidioses que crearon situaciones hace cientos de años, las cuales alguien, siglos más tarde, decide rescatarlas para reinterpretarlas y darles vida de nuevo. Por ello, en mi cabeza, los autores de teatro nunca mueren. Ahora mi padre es uno de ellos, con una obra que no marchitará. Así, cuando ya no esté con nosotros y se vaya a revelar la imagen de su vida, pondrá en una tablilla: “Aún no”.

Es de buen gusto afectar que el servicio lo recibimos por la bondad del prestador y no porque esté obligado a ello. Quien recibe el plato de calamares, si de verdad es un caballero, se apresurará a darle las gracias. Ese <<muchas gracias>> significa decirle al camarero: tú me has prestado un servicio pero no eres mi servidor sino un ciudadano como yo y, ya que contribuyes a mi bienestar, aunque te pague por ello, tienes mi agradecimiento (3).

Quisiera mencionar, finalmente, a las actrices y actores, Laura Pamplona, Marta Larralde, Pepe Ocio y Jorge Calvo, quienes de manera magistral han puesto cuerpo y voz a Filosofía Mundana y cuyas interpretaciones son capaces de convertir monólogos complejos en una fuente de entretenimiento. Y por supuesto a Luis, encargado de la adaptación y dirección, que ha convertido la Nave 10 en un espacio de aprendizaje para vivir mejor. Creo que en vuestro caso se hace real la ilusión de que quien presta un servicio lo hace por bondad. Así que quiero terminar dándoos, damas y caballeros que habéis hecho posible este regalo, mi más sincero agradecimiento. También a los técnicos de espacio escénico, iluminación, sonido, luces, vestuario, música y vídeo. A todos los involucrados: gracias y gracias.  

 

1 “Introducción” a Filosofía Mundana.

2 Microensayo “Viejo Amor”.

3 Microensayo “Gracias”.