La influencia de la figura paterna en Virginia Woolf y su hermana Vanessa Bell
Virginia Woolf dedica bastantes líneas a su padre, Leslie Stephen, en ese conjunto de textos que póstumamente fueron recolectados y publicados como sus memorias. En ellas, recuerda su vida con él a una edad similar a la que su padre tenía cuando ella era una niña. Su intención fue la de examinar con claridad y máxima objetividad cómo fue aquel hombre, un ejercicio que es posible hayamos intentado hacer muchos de nosotros en algún momento de nuestra vida.
Le dirigió entonces una mirada adulta, de igual a igual, que admitía comparaciones, lo cual le exigió, a su vez, un esfuerzo extra por emanciparse de las ensoñaciones de la niñez en las que suele envolverse esta figura. La tarea no es sencilla, ni siquiera lo fue para Virginia, y ello a pesar de su sobrenatural hiper consciencia, de su extraordinaria capacidad de análisis, de ser superdotada para registrar la realidad y hablar de ella de forma precisa.
Es posible que esta especial dificultad residiera en lo mucho que le obsesionó aquel “extraño hombre”, así lo califica ella. Estaba furiosa con él. Lo adoraba y admiraba, pero no lo aprobaba, no podía hacerlo. La intensidad de estos sentimientos perturbó a Virginia durante años. Sólo logró poner algo de orden y calma en ellos tras retratarlo como el señor Ramsay en su novela Al faro. Rescatamos de uno de sus pasajes un breve pero expresivo extracto con traducción de Carmen Martín Gaite:
“Tales eran los extremos de exaltación que el señor Ramsay era capaz de provocar con su mera presencia en el ánimo de sus hijos, cuando, como ahora, se quedaba ahí de pie, tan estrecho y afilado que parecía la hoja de un cortaplumas, sonriendo con mueca sarcástica, complaciéndose no solo en desilusionar a su hijo y dejar en ridículo a su mujer, -diez mil veces superior a él en todo, según James-, sino también, con secreta jactancia, en la rectitud de sus propias convicciones. Todo lo que decía era artículo de fe. Era incapaz de equivocarse...”
Sobre el verdadero carácter en la intimidad de Leslie Stephen, un hombre, por otro lado, respetado socialmente y en el mundo intelectual, sabemos, sobre todo, por Virginia y también por el minucioso diario que llevó durante años su madre. En él queda registrada la preocupación de una madre por un hijo “difícil y nervioso, turbulento, terco, apasionado, con un temperamento muy violento, pero, a la vez, capaz de tornarse en un momento a la bondad y al afecto”.
Unos rasgos similares de su personalidad son los que destaca Virginia en sus memorias. Quizás, de entre ellos, eran sus arrebatos violentos los que le causaban mayor desconcierto. No los comprendía en un hombre que “tenía culto a la razón y odiaba la efusión, la exageración y todos los superlativos”. Virginia llegó a la conclusión de que era posible que ese carácter respondiera a una convención, a la idea extendida, en aquella época, de que los hombres geniales eran por naturaleza descontrolados, de difícil convivencia.
“Formaba parte también de esa convención que el hombre de genio se mostrara, después de esos arrebatos, conmovedoramente arrepentido. Él daba por supuesto que su esposa o hermana aceptarían sus disculpas, que gracias a su genio estaba exento de las leyes de la buena sociedad”.
En ese esfuerzo por examinar con honestidad la figura de su padre, se preguntó entonces Virginia sobre si aquel hombre fue o no, realmente, un genio. La respuesta es que a sus ojos no lo fue, pero tampoco a los de sí mismo. Precisamente, en su deseo frustrado de serlo encuentra Virginia la razón de su continuo desaliento y de un egocentrismo que le llevó a codiciar cumplidos como un niño.
Pese a advertir todo ello, Virginia no podía evitar el placer que le proporcionaba que su padre clavara sus ojos con orgullo en ella cuando la veía con un libro en sus manos. Ese sentimiento ambivalente, siendo ella una niña tan perceptiva y consciente, la torturó durante años. “Qué mojigato orgullo sentía yo si él lanzaba un resoplido de diversión y sorpresa al descubrir que estaba leyendo un libro que ningún niño de mi edad entendía”. Virginia reconoce que leía, en parte, para hacer creer a su padre que era una niña muy inteligente y recuerda con placer cómo él abandonaba lo que estuviera haciendo y se mostraba amable y complaciente cuando ella entraba en su despacho con un libro que había acabado y le pedía otro.
Al fin y al cabo, Leslie Stephen era un hombre educado en Eaton y Cambridge, que viajó varias veces a Estados Unidos y llegó a entrevistarse con Lincoln. En Londres frecuentaba personalidades como el economista John Stuart Mill y escritores como Tennyson, Robert Browning, Thomas Carlyle, George Eliot, George Meredith o Aldous Huxley. Escribió algunos tratados filosóficos y textos de otra naturaleza, aunque su obra más relevante fue el monumental Dictionary of National Biography (DNB, 1885-1891), que dirigió hasta 1891 y del que fue el primer editor.
Sin embargo, los sentimientos de Virginia hacia su padre se tornaron, finalmente, más sombríos y dolorosos. Esto se produjo a raíz de dos acontecimientos familiares que se sucedieron en un breve lapso de tiempo: primero, la muerte de su madre y, pocos años más tarde, la de su hermana mayor, Stella, unos hechos que tuvieron en las hermanas un efecto devastador y que serán abordados con detenimiento en artículos posteriores. Y es que el carácter de Leslie empeoró tras esos dramáticos sucesos, afectando de forma especial a Vanessa. Ella se convirtió en la destinataria principal de la amargura profunda que se apoderó de él, de la indefensión insoportable en la que se vio sumido. Sobre ella, con 19 años, recayó toda la responsabilidad del hogar. Virginia habla con especial horror de “los terribles miércoles”.
“Se le presentaban los libros después del almuerzo. Mi padre se ponía los anteojos. Luego leía las cifras. Después pegaba un puñetazo al libro de contabilidad. Se le hinchaban las venas; se le ponía roja la cara… Entonces gritaba: “Estoy arruinado”. A continuación, se golpeaba el pecho. De inmediato, llevaba a cabo una extraordinaria dramatización de compasión de sí mismo, horror, ira. Vanessa se quedaba a su lado en silencio y el la llenaba de reproches e insultos (…). Nunca he sentido tanta rabia y tanta frustración. Porque no podía expresar una palabra de lo que sentía, ese infinito desprecio por él y la lástima que me inspiraba Nessa”.
Virginia achacó ese comportamiento paterno a su educación. Simplemente, encarnaba al hombre victoriano. Como le sucedía a Mr. Ramsay en Al faro, esos raptos violentos nunca le sucedían con hombres. Sólo ante las mujeres se explayaba, teatralizaba. Siempre estuvo necesitado de una a su lado que lo comprendiera, lo halagase y consolase.
Si Virginia vivió bajo la tortura de un sentimiento ambivalente hacia su padre, que se movía entre el desprecio y la necesidad irracional de su aprecio, en el caso de Vanessa parece que su modo de protegerse fue, desde una edad muy temprana, el de forjar una desconexión total hacia su progenitor, un mecanismo que se instaló en su carácter. Y es que no sólo la ira y la violencia de su padre se volcaron especialmente sobre ella, sino que, a diferencia de lo que ocurría con Virginia, Vanessa nunca gozó de su reconocimiento como artista. Virginia cuenta, y él mismo reconocía, que era ciego e insensible para las artes plásticas.
Leslie Stephen sí constituyó, pues, un fuerte estímulo para la vocación de Virginia, pese a todo. En el caso de Vanessa, su progenitor no fue más que un duro obstáculo del que trató de evadirse como pudo.
