El telón de La Tenada

Antiguo teatro griego con gradería de piedra, escenario y árboles en el fondo.

Se abre el telón de esta humilde revista, de cuya sección de teatro tengo el privilegio de ser responsable. Cuando se me propuso, había dos obstáculos que hacían que mi aceptación no fuese inmediata. 

El primero reside en que, actualmente, me encuentro en el proceso de sacar adelante algunos proyectos, mientras trabajo dentro de una industria en la que el dinero es soberano. Y normalmente, en estos entornos, no existe la quietud. Al contrario, la inmovilidad, la contemplación o la reflexión generalmente estorban. Y más aún si se trata de asuntos que poco o nada tienen que ver con la eficiencia y la productividad, como el amor, la envidia, los celos o el alma. Porque, efectivamente, en esta sección se hablará, precisamente, sobre cómo se han representado esos temas a través de la acción dramática. Y el segundo impedimento consiste en que yo soy una persona que lee, ve y disfruta con el teatro, pero no soy un experto. No tengo estudios especializados sobre la materia y en ningún caso se me podría considerar un erudito

No obstante, en este caso, el escollo es al mismo tiempo el motivo por el que decidí participar. Me han ofrecido una tenada, un lugar en el que resguardarme tras el dinamismo y el caos del día a día. ¿Cómo voy a decir que no? También, como no podía ser de otra manera, hallé la inspiración precisamente en el teatro, y fue Fernando de Rojas quien terminó de convencerme de que debía formar parte de La Tenada cuando, a través de la Celestina, advirtió de que “mayor es la vergüenza de quedar por cobarde, que la pena cumpliendo como osada lo que prometí, pues jamás al esfuerzo desayunó la fortuna”. 

Con este artículo estreno la sección, donde se hablará de teatro de muchas formas distintas. Encontraréis artículos sobre su historia, pero también críticas de obras actuales. Un mes os presentaré un análisis redactado con un estilo objetivo, mientras que la siguiente entrega daré mis impresiones y reflexiones completamente subjetivas sobre cualquier cosa, siendo siempre el punto de conexión, por supuesto, la escena. 

Y para demostraros que la libertad creativa es total, hoy, en el artículo de estreno, no abordaré nada concreto. Estas palabras tienen el único objetivo de intentar convencer al lector con interés en el teatro de que me acompañe en el viaje que hoy se emprende. Porque las cosas, si son en compañía, si pueden ser compartidas con el ajeno, son doblemente enriquecedoras. Así se lo advirtió Celestina a Pármeno, cuando le dijo que “el deleite es con los amigos en las cosas sensuales y especial en recontar las cosas de amores y comunicarlas: <<esto hice, esto otro me dijo, tal donaire pasamos, de tal manera la tomé, así la besé, así me mordió, así la abracé, así se allegó>>”. Y así lo reconoció el segundo, cuando vivió un acontecimiento que lo llenó de gozo y se preguntó “¿a quién daré parte de mi gloria? Bien me decía la vieja que de ninguna prosperidad es buena la posesión sin compañía. El placer no comunicado no es placer.”

De nuevo, haré caso a la alcahueta y, en vez de aislar mi amor por el teatro en mi pequeño mundo interior, lo compartiré con los queridos lectores de La Tenada. Y, faltaría más, os animo a todos a que enviéis vuestras impresiones, comentarios y reflexiones, de forma que pueda recibir yo también parte de vuestra gloria. 

La primera temática que se me ocurrió sobre la que escribir en ese artículo de estreno es sobre qué es el teatro. Y me di cuenta de que no es tarea fácil, pues ni siquiera los grandes estudiosos de la disciplina se ponen de acuerdo. La Celestina, precisamente, hay quienes consideran que no forma parte del teatro, sino de la novela dialogada. Las razones las recoge maravillosamente María Rosa Lida de Malkiel en su La originalidad histórica de La Celestina, y se pueden resumir en su longitud excesiva, la irrepresentabilidad de la obra y la naturaleza de su estructura. Corresponde a otro artículo explicar qué es para mí el teatro y por qué considero que este género es tan importante y único.

En el caso de La Celestina, obra que tendremos la oportunidad de explorar a fondo, concuerdo con Riquer en que, aunque tal vez el autor no tuviese en mente llevar la obra a las tablas (en el prólogo señala que cuando diez personas se juntaren a oír esta comedia, dando a entender que se escribió para ser leída y no representada), lo cierto es que, cuando modernamente se ha escenificado, se ha puesto de manifiesto que su estructura, su tono y estilo aguantan perfectamente la oralidad de la escena. 

La Celestina no solo es teatro, sino que es el inicio del drama moderno y la que lo eleva a la categoría de arte. Es el primer ejemplo de teatro que, dejando de lado a sus contemporáneos que se situaban conscientemente en la tradición del arte dramático medieval e ingenuo, toma como punto de partida el claroscuro de la ciudad moderna y utiliza la escena como una herramienta de transmisión de lo humano. Y lo que viene a partir de esta obra es historia.