Lo Sagrado y Lo Profano I: La Conexión Sagrada del Castillo de arena
Maqueta del templo de Jerusalem
Cuando un niño juega a construir castillos de arena en la playa, no lo hace guiado por reglas estrictas ni por objetivos concretos. Escarba con las manos, moldea con cuidado, alisa las torres y cava fosos con una atención que parece venir de un lugar más profundo que la simple diversión. Su creación no es un edificio funcional ni tiene un propósito práctico: es una obra efímera, sin utilidad aparente, y sin embargo contiene un significado inmenso para quien la construye. El castillo es suyo. Ha nacido de su imaginación y de su esfuerzo. Sabe que la marea lo borrará, que quizás nadie más lo admire, pero por un momento ha levantado algo que le pertenece, que lo representa, que lo conecta con el mundo.
Ese acto, tan simple y tan humano, nos recuerda algo esencial: la necesidad de crear lugares cargados de significado. En el juego del niño hay una intuición profunda, casi sagrada: dar forma al mundo, aunque sea por un instante, se trata de una manera de entenderlo, ordenarlo y luego habitarlo.
De alguna manera, los seres humanos hacemos lo mismo cuando construimos espacios sagrados. El templo, la sinagoga, la mezquita, la iglesia: todos ellos son maquetas cosmológicas. ¿Qué significa esto? Que representan más que un edificio; son puentes entre lo visible y lo invisible. En ellos se narra la creación del universo, se refleja el orden del mundo natural, y se propone un centro desde donde conectar con algo más grande. Así como el niño se siente realizado al terminar su castillo, durante milenios el hombre también ha encontrado propósito, pertenencia y significado al crear y habitar un espacio sagrado.
Desde la perspectiva de la creencia religiosa, grandes autores, filósofos y teólogos señalan que la manifestación de lo sagrado da forma y orienta el mundo, estableciendo una estructura ontológica, es decir, aquello que da forma a nuestra percepción de la realidad.
Hay patrones universales que han acompañado al ser humano desde tiempos antiguos: imágenes, símbolos y situaciones que, aunque cambien de forma según la cultura, comparten un mismo fondo de significado. El psicólogo Carl Jung los llamó “arquetipos”: representaciones profundas del alma humana, presentes en mitos, sueños y tradiciones de todo el mundo. Muchos de estos arquetipos toman forma dentro de lo sagrado. Así, el espacio sagrado no solo honra a los dioses, sino que también se convierte en el escenario donde el ser humano puede expresar lo divino a través de rituales, gestos y ceremonias que dan cuerpo a la “realidad”.
Se puede entender que el mundo es como un plano cósmico. El templo, con su estructura, simboliza el mundo y actúa como eje de conexión entre lo terrenal y lo celestial.
La interpretación religiosa del templo representa una ruptura con el aspecto materialista del espacio. Esta ruptura supone una apertura que permite el paso de una dimensión del cosmos a otra. La comunicación con el cielo se expresa mediante diversas imágenes que, según el filósofo y escritor Mircea Eliade, remiten todas a lo que él llama el axis mundi. Cualquiera, en visitas a lugares sagrados, ha observado imágenes del árbol, la viña, la montaña, la escalera o la columna. Son símbolos recurrentes en los mitos, el arte de las religiones más antiguas. Son la representación del “eje” cósmico.
La vivencia del espacio sagrado es lo que le otorga realidad: el templo rompe con el plano profano y permite la comunicación entre los planos celestiales y terrenales. En este contexto, se destaca especialmente la idea del “Pilar Cósmico”.
«Pilar del universo que, por así decirlo, sostiene todas las cosas.»
– Horacio, Odas, III, 3
Tomamos la columna como un buen ejemplo. Además de su función estructural y arquitectónica, asume también un carácter sagrado: se la imagina como el soporte del cielo y, al mismo tiempo, como puerta simbólica hacia lo divino, un acceso a lo desconocido. En España, esta idea se refleja en dos grandes narrativas religiosas donde la columna ocupa el centro del relato. Por un lado, las Columnas de Hércules, situadas en los extremos del estrecho de Gibraltar, marcaban para los antiguos el límite del mundo conocido y el umbral hacia lo desconocido. Por otro lado, la tradición cristiana cuenta que la Virgen María se apareció al apóstol Santiago en Zaragoza en el año 40 d.C., sobre un pilar, destacando la importancia de la columna como una representación del axis mundi.
En diversas civilizaciones, la apertura hacia las diferentes dimensiones metafísicas del cosmos ha sido el objeto central en la organización del entorno arquitectónico de los espacios sagrados. Eliade explica cómo muchos mitos, ritos y creencias se derivan de un “sistema tradicional de mundos”, es decir la división entre los cielos, la tierra, y el inframundo. En su libro Antigüedades de los judíos, el historiador romano-judío Flavio Josefo escribe sobre el simbolismo del Templo de Jerusalem en relacion a las dimensiones del cosmos. Explicaba que el atrio representaba los mares, es decir, las regiones inferiores (el limbo); el Lugar Santo la tierra; y el Lugar Santísimo, el santuario interior del tabernáculo, representaba el cielo donde reside Dios.
En la creación de un castillo de arena está presente el ideal que nos conecta con algo que sobrepasa lo físico. Así como nuestros antepasados intentaban comprender y dar sentido a su entorno mediante la magia y la religión, nosotros, habitantes de la era moderna, seguimos construyendo y manifestando los mismos ideales fundamentales. Buscamos la trascendencia, porque somos conscientes que la vida en la tierra por sí sola no puede satisfacernos como lo hace la idea de la vida en el plano metafísico. Sin embargo, el exceso de estímulos y la avalancha constante de información a la que estamos sometidos nos alejan de esa conexión profunda, tan presente en las civilizaciones antiguas. Razón por la cual también la arquitectura moderna ha perdido la esencia estética tan abundante en los edificios del pasado. Reconocer que hemos heredado formas de pensamiento que hoy pueden parecer distantes o incluso irrelevantes nos permite replantear la manera en que organizamos el mundo, orientándonos hacia criterios más cualitativos en lugar de centrarnos únicamente en lo cuantificable. Puede ayudarnos a reconstruir un modo de entender el mundo que, como entonces, aporte sentido, armonía y orden.
Puede ayudarnos a reconstruir nuestros templos.
Jesucristo en el trono, Cima da Conegliano. Circa 1500 AD