Bienvenidos a La Tenada
Ilustración: Carmela Liaño
Luis Landero narra con maestría en El balcón en invierno el día en que, ya en Madrid, descubrió que el rudo campo en el que se había desarrollado su infancia era, en realidad, algo bello. Tan bello, de hecho, que constituye un motivo al que los más importantes textos literarios no han dejado de acudir. Lo encontramos en la época antigua en los idilios de Teócrito, en las églogas de Virgilio o en célebres escenas de la Biblia (los episodios son numerosísimos: Dios se apareció a Moisés cuando pastoreaba las ovejas, a los primeros a los que se les comunicó el nacimiento de Jesús fue a unos pastores, Jesús se llama a sí mismo “el buen pastor”).
Más tarde, en los albores de la Modernidad, Sannazaro inauguró con su Arcadia un género que resultó fecundo: la novela pastoril, que tuvo en la Diana de Montemayor la obra fundacional en nuestro idioma y a la que siguieron otras como la Arcadia de Lope de Vega o la La Galatea de Cervantes. Respecto de esta última se pronunció el mismo autor en el capítulo VI de la primera parte de su Quijote valorando que “propone algo, y no concluye nada”, aunque la salva del triaje crematorio que se está llevando a cabo en atención a una potencial segunda parte.
Precisamente en la más insigne obra de nuestras letras se contienen abundantes alusiones al mundo pastoril, empezando por la conocida purga literaria que acabamos de mencionar. Tras haber liquidado las novelas de caballerías, se propone absolver las novelas pastoriles, por entender su influencia menos nociva. Pero la sobrina del hidalgo lo rechaza y puntualiza que
“no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen es enfermedad incurable y pegadiza”.
No andaba desencaminada la sobrina. En el capítulo LXVII de la segunda parte, don Quijote, derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, sugiere a Sancho que se conviertan en pastores, adoptando el nombre de “pastor Quijótiz” y de “pastor Pancino”, para así entregarse a la dulzura de la vida rural y poética. A Sancho no le chirría esa visión tan grata, a pesar de que antes de escudero había sido pastor.
Por lo demás, la presencia de los pastores en el Quijote es amplísima: el discurso de la Edad de Oro se dirige a unos cabreros, el pastor Grisóstomo murió a causa de su amor por Marcela o el intento de recrear la Arcadia en una aldea cuyos integrantes habían memorizado las Églogas de Garcilaso.
Y es que los pastores no solo han protagonizado novelas, sino que los poetas también han sentido la necesidad de dedicarles versos, desde la idealización del propio Garcilaso hasta la solemnidad de San Juan de la Cruz, respecto del cual debemos destacar, además de la cita a los pastores en su Cántico espiritual, su poema Un pastorcico.
El motivo pastoril ha perdido parte de su presencia literaria con el paso de los siglos, con el progresivo abandono del campo en favor de entornos más urbanos, pese a lo cual se ha mantenido como fuente de inspiración. Así se aprecia en la rectitud y la templanza del pastor Gabriel Oak, frente a la vanidad caprichosa de Betsabé Everdene, en Lejos del mundanal ruido, novela de Thomas Hardy publicada en 1874.
A lo largo de la precedente exposición me he ceñido a las manifestaciones de los temas pastoriles en la literatura. He dejado de lado otras expresiones artísticas porque, aparte de ser una tarea inabarcable, me interesan menos. No obstante, por estricta debilidad personal, no puedo dejar de mencionar la sexta sinfonía de Beethoven, conocida como La pastoral (1808).
En definitiva, ¿por qué tenada? Por dos razones: por un lado, porque es donde nos resguardamos después de ganarnos el pan; por otro, por el lirismo que rezuma la figura del pastor. Este doble concepto queda reflejado a la perfección en la trigésimo séptima estrofa de la tercera Égloga de Garcilaso:
Más claro cada vez el son se oía
de dos pastores que venían cantando
tras el ganado, que también venía
por aquel verde soto caminando
y a la majada, ya pasado el día,
recogido le llevan, alegrando
las verdes selvas con el son suave,
haciendo su trabajo menos grave.
[Inciso: la majada es “el lugar donde se recoge de noche el ganado y se albergan los pastores”. ¡Evocadora definición! Entonces, ¿por qué tenada y no majada? Sencillamente, porque su segunda acepción es “estiércol de los animales” y la tercera “excremento humano”, lo que consideramos excesiva munición para futuros rivales en caso de trabar querellas literarias].
Así queda definido el ethos de esta nueva publicación: somos un grupo de gente joven, con diferentes inquietudes que buscamos cultivar mientras ejercemos nuestras profesiones, fuentes de transpiración, pero no de desabrimiento.
Estas circunstancias determinan el formato que se seguirá. Por un lado, al estar nuestra manutención asegurada por otros medios, el proyecto prescinde de cualquier tipo de expectativa lucrativa. Actuaremos de conformidad con las instrucciones que nos dicten nuestras preferencias e intereses personales, sin ningún condicionamiento externo. Como reverso, nuestro tiempo es limitado. En consecuencia, nos decantamos por una periodicidad mensual, con un número de artículos mesurado, pocos y cuidadosamente escogidos, con la máxima de que nada sobre. Nos sobra el relleno.
Todo ello impregnado de la favorable disposición de quien hace algo únicamente porque así lo desea, no por dar debido cumplimiento a un compromiso adquirido.
Una razón más. Con el pastoreo, los zagales se procuran, de manera honesta y amable, su sustento y el de su familia. Cuando hoy paseamos por el campo, el vestigio que queda de ellos, y que nos sirve para rememorarlos, son las ruinas de sus tenadas; construcciones que, carentes de los aires de grandeza de las catedrales o de las salas de ópera, libran heroicamente la batalla contra el olvido y el tiempo.
Nosotros también, aunque modesta y destartalada, queremos construir nuestra propia tenada. Bienvenidos.
Cuando, al finalizar su jornada de trabajo, llega el momento de holgar, el pastor recoge su rebaño y se retira a su tenada.
La Real Academia Española define la tenada (o tinada) como “cobertizo para tener recogidos los ganados, y particularmente los bueyes”; pero, mucho más importante que eso, la tenada es el refugio, el cobertizo, donde remiten las obligaciones (nec otium) y arrecian las vocaciones (otium).
A primera vista, la profesión de pastor no resulta especialmente distinguida o selecta: implica madrugar, exponerse a las inclemencias del tiempo, impregnarse del olor del ganado y no permite vislumbrar una perspectiva económica en la que la prosperidad troque en holgura. A pesar de ello, en el imaginario popular al pastor no le acompaña una actitud de desagrado hacia su trabajo; más bien al contrario, el entorno natural en el que se mueve ha hecho de él una figura propensa a la idealización.