Las bicicletas son para el verano

EL SEÑOR. ¿Cómo?

LA MUJER. Pues que en verano hay mucho tiempo libre y por eso la gente lee. 

EL SEÑOR. Bah, qué concepto más estúpido. (Vuelve a sonar el reloj.) ¡Maldita sea! Otra vez este reloj. Ya sé que te lo regaló tu madre, pero le estoy empezando a coger manía.

LA MUJER. Pues vas a tener que acostumbrarte. Y no cambies de tema, ¿qué concepto te parece estúpido?

EL SEÑOR. El tiempo libre. No me termina de convencer. La expresión “tiempo libre”, como si el tiempo tuviese una agenda para cada uno de nosotros, y tuviésemos que reservar cuando queramos ocuparlo con alguna actividad. Como si hubiese un tiempo libre y un tiempo ocupado. No, no me convence. El tiempo es todo.

LA MUJER. ¿Todo? 

EL SEÑOR. Sí, todo. Todo el tiempo es libre, cosa diferente es con qué decides llenar ese tiempo. De hecho, no solo es libre, sino que es de nuestra propiedad. Todas las cosas nos son ajenas, sólo el tiempo es nuestro; la naturaleza nos concedió la posesión de este único bien, fugaz y escurridizo, del cual quien quiere coge una parte. 

LA MUJER. Bueno, hay veces que una se ve forzada a hacer algunas cosas. 

EL SEÑOR. Sí, bueno, habría que matizarlo un poco. Todo tiempo es libre en la medida en que podemos disponer de él. Naturalmente, si uno duerme porque su cuerpo lo necesita para seguir funcionando, ese tiempo no es libre. Estás condicionado por tus necesidades fisiológicas. Pero yo, desde que me he jubilado, ¿acaso he ganado tiempo libre? ¿Estaba realmente encadenado a mi trabajo, o simplemente decido dedicar a otros asuntos el mismo tiempo libre del que disponía antes?

LA MUJER. Es necesario ganar dinero para vivir...

EL SEÑOR. Sí, sí, pero yo llevo muchos años con el dinero suficiente para haber dejado el trabajo y haber dedicado mi tiempo, que insisto, siempre es libre, a otros quehaceres. Pero, en fin, qué más da. Para qué vamos a perder el tiempo, si me permites la expresión, cariño mío, en discusiones conceptuales. Pero lo que sí está claro es que el tiempo, o mejor dicho, nuestro tiempo como ser humano único e irrepetible, se acaba. Tiene un principio, el día en el que eres concebido, y un final, el día de tu muerte. Ni más ni menos. 

LA MUJER. Pero no puedes negar que ahora tienes más tiempo libre que nunca.  

EL SEÑOR. Sí, pero porque la mayor parte de mi vida sí he tenido ciertas obligaciones. Realmente, la falta de libertad en la disposición del tiempo viene determinada por las tres grandes etapas de la vida humana: en la primera, nos preparamos para poder servir a la sociedad; en la segunda, cumplimos con ese deber; y, finalmente, llega el momento en que se espera que la sociedad nos sirve a nosotros, en reconocimiento a los años entregados. Yo he llegado a esta última fase. 

LA MUJER. ¡Y envidiosa que estoy! Yo el poco tiempo libre que tengo es el que no estoy en el trabajo. Y en realidad, mi trabajo es un simple trámite para alcanzar el verdadero regalo: la libertad de hacer con mi tiempo lo que me da la gana. 

EL SEÑOR. Bueno, amorcito, ¡piensa que ya ha llegado el verano! Para poder disfrutar de esa libertad con la serenidad que merece, los seres humanos hemos creado un periodo inamovible, en el que todo lo relativo al tiempo ocupado se paraliza para otorgarnos la libertad plena: el verano.

Comienza a rebuscar, esta vez entre los libros. Encuentra una edición de Las bicicletas son para el verano. Lo abre. 

EL SEÑOR. Mira esto, Isa (lee en voz alta un extracto del libro): 

DON LUIS. Desde luego. Eso ya estaba hablado. Cuando apruebes, tienes bicicleta. Es el acuerdo al que llegamos, ¿no?

LUIS. Sí, pero yo no me había dado cuenta de lo del verano. Las bicicletas son para el verano. 

LA MUJER. Desde luego, las bicicletas son para el verano. Cualquier objeto que simbolice esa libertad plena —como una bicicleta en manos de un niño, que por fin puede desplazarse sin limitaciones— está inevitablemente vinculado al verano, y solo cobra sentido en ese momento del año. Mientras durante el verano reluce, el resto de los días estorba.

EL SEÑOR. Me has convencido. Vamos a comprar una bicicleta y disfrutemos este verano de nuestro tiempo libre.

Un SEÑOR de unos setenta años, con aspecto desgastado, en su habitación, con síntomas de tener prisa. Rebusca compulsivamente entre ropa y objetos desperdigados por la cama. Acaba de amanecer, suena el reloj colgado en la pared.

EL SEÑOR. ¡Cuánto trasto! ¡Cuánto trasto! Es inaudito. Qué manía con guardar cosas que luego solo sirven para coger polvo. Hay que aprender a tirar, se lo he repetido mil veces. El cubo de basura es un gran invento, desde luego que sí. Y si existe es por algo, para quedarnos solamente con lo bueno, con lo útil. Por ejemplo, esto (agarra un muñeco que, al apretarlo, emite un ruido). ¿Se puede saber qué diantres es? 

Saca una maleta de debajo de la cama, la coloca encima de ésta, y comienza a meter cosas en ella. 

EL SEÑOR. Veamos, ¿qué se necesita en un verano? Ropa ligera, cosas para la playa...

Aparece LA MUJER en escena. 

LA MUJER. ¡Y un libro!

EL SEÑOR. ¡Isabel! Me has dado un susto de muerte. Un libro, sí, eso es muy típico del verano. 

LA MUJER. Sí, por el tiempo libre.